Aprendizaje intergeneracional
"cabezas grises" vs "millenials"
Hace unas semanas me matriculé en un curso de verano de la Universidad de Barcelona. Mis compañeros de clase no superaban los 25 años y me proporcionaron una riquísima experiencia sobre las diferencias generacionales.
Para mí era importante compartir una experiencia de aprendizaje con gente muchísimo más joven que yo, porque la motivación y las expectativas que les empujaban a recibir el curso, tenían que ver con la aplicabilidad a su "futura" vida laboral y por ese motivo, su nivel de exigencia al profesorado era muchísimo más alto que si se tratara de un curso para profesionales senior o para jubilados.
Los profesores nos dividieron desde el primer día en pequeños grupos a los que asignaron un color y nos hicieron escoger un grito de guerra. En mi grupo éramos tres mujeres y dos hombres y nuestro grito de guerra: "JUGUEM!" (¡juguemos!). El curso se desarrollaba en un aula de bancos tirados y para trabajar en grupo bastaba con que dos de nosotros nos sentáramos del revés.
Me sorprenden varias cosas que no esperaba y que claramente son diferentes de cuando yo asistía a clase en la Universidad a los 20 años: mis compañeros de curso saben mucho, saben un montón sobre el tema que está exponiendo el profe, levantan la mano, intervienen añadiendo información, buscan en su smartphone las URL que comenta el docente u otro alumno, no toman notas (todas las presentaciones están "en la nube"), como mucho fotografían lo que se proyecta en la pantalla que ha sustituido casi totalmente a la pizarra cuando el profe escribe sobre ella.
Los que han traído su portátil consultan a la vez lo que comenta el profesor con otras páginas que yo veo de refilón, pero que a mí me impedirían seguir el hilo de la clase. Seguramente atienden a intervalos, porque para ellos lo que dice el profesor tiene la misma relevancia que lo que están consultando en sus dispositivos.
A medida que avanzan las sesiones para ellos el grupo es lo más importante de la clase, hasta el punto que intercambian información entre ellos y parece que les resulta tan interesante como lo que aporta el profesor. El profe no se gana el respeto de la clase por su conocimiento del tema (que se le supone), sino por su capacidad de sorprender con información nueva, por su habilidad por hacer participar (jugar) a los asistentes, por su destreza para despertar la curiosidad de los alumnos, en fin, por ser un magnífico maestro de ceremonias, discjockey
de la información, mago que propone acertijos, destilador de webs interesantes...
Estoy desbordada, tomo nota compulsivamente de todo lo que acontece presa del entusiasmo de los que hacen un descubrimiento antropológico: ¡Todos maestros, todos aprendices!
Mis compañeros me miran con recelo y me lanzan de vez en cuando puyas sobre la lentitud con la que tomo decisiones, mi relativismo ante cualquiera de sus afirmaciones radicales. Dudan de mi capacidad de aprendizaje y raciocinio, de mi interés real sobre el tema que se está trabajando y oigo por primera vez una fatídica frase sobre mi edad: "No creo que entiendas esto..., por tu edad"
La guerra ha comenzado; herida en mi orgullo, intento demostrar que a mentalidad joven no me gana nadie, pero la competitividad ya no tiene que ver con quién sabe más sobre el tema, sino con el que mejor filtra la información que llega por tantos canales a la vez, con el que se funde con los demás y NO trabaja en equipo sino que construye nueva información colectivamente, coopetencia lo llaman algunos.
Aprendo a lo largo de la semana a jugar a este nuevo juego de aprendizaje, a aparcar mis certezas y diluirme en la curiosidad creciente del grupo que me ha tocado y de la clase en general.
Al final de la semana me siento satisfecha. He comenzado a entender una nueva forma de trabajar, una nueva forma de aprender.
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