Ageless ¿Cuántos años tienes?

La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con la que jugaba cuando era niño.  Nietzsche

Imagen: https://udcpodcast.blog/2017/05/20/juegos-de-mi-infancia/

Ocultamos nuestra edad como si el paso del tiempo sobre nosotros fuera una vergüenza a ocultar. Tengo 62 años y lanzo esta provocación que hace que el interlocutor se remueva en su silla y apenas murmure un halago: no lo parece, qué bien te conservas..., ¡como si fuera una sardina!

Hay que "luchar" contra el envejecimiento lo que hace suponer que envejecer es malo. Incluso las actitudes mucho más positivas que piensan que las personas mayores pueden "mantenerse siempre jóvenes de espíritu", asocian inconscientemente "joven" a bueno y "mayor" a malo. Edadismo al fin. Nadie quiere ser "viejo de espíritu", ¿no?

A menudo leemos titulares en los que ciertos científicos han conseguido "revertir" el envejecimiento en ratones u otros animales de laboratorio. La palabra "revertir" ya nos indica esa visión del envejecimiento como algo negativo. Deberíamos sustituir esa  palabra "revertir" o "retrasar" por otra como "alargar" o "extender", y sustituir ya de una vez por todas, envejecimiento por longevidad y preocuparnos por eso: ¿qué haremos con todos esos años de más que los avances en materia de salud y bienestar nos han regalado? ¿cómo seguir disfrutando de ese inesperado presente que es un nuevo ciclo vital: la madurez?

La longevidad, o sea, la larga duración de la vida, nos abre ese nuevo período vital en el que se juntan salud y experiencia, la edad de oro. Ya se habla de que la franja de edad que abarca de los 65 a los 74 como "prevejez" (yo prefiero pensar que es la franja de resolución de la "madurescencia") y se trata claramente de una conquista social por la que transitaremos en óptimas condiciones vitales mucho más tiempo.


Imagen: PlayStation blog
Me gusta la definición de "vejez" que da Joseph F Coughlin, autor del imprescindible "The Longevity Economy":

VEJEZ: Una construcción social en desacuerdo con la realidad que limita la forma en que vivimos después de la madurez, y ahoga el pensamiento empresarial sobre cómo servir mejor a un grupo de consumidores, trabajadores e innovadores que cada vez es más grande y rico.

La revolución demográfica que estamos viviendo está transformando el modelo social que imperó en el siglo XX y que dividía la vida en tres grandes etapas consecutivas: una etapa formativa, la etapa productiva y la etapa de retiro, y así se pasaba de la educación al empleo y del empleo al retiro, tal como comentan Lynda Grattos y Andrew Scott en otro libro imprescindible "La vida de 100 años". Y durante el siglo XX se crearon ciclos vitales inexistentes para generaciones anteriores: la adolescencia y la jubilación, traducción de esta vida en tres grandes etapas. 

En el siglo XXI fruto del continuo alargamiento de la esperanza de vida (82 años en España en 2018 y aumentando tres meses por año...) y de un futuro social donde los mayores de 50 serán mayoría, aparecen también nuevos ciclos vitales: el joven adulto (18-30) que huye de los compromisos que asumieron  pasadas generaciones a su edad, o sea, trabajo asalariado fijo, matrimonio, compra de vivienda, coche... y explora ahora nuevas alternativas tanto económicas como sociales. Y los madurescentes +50 que aúnan salud y experiencia e inician como los jóvenes adultos la búsqueda de nuevas alternativas vitales (neotenia).  Esa coincidencia de búsqueda de nuevos caminos en ambas generaciones, augura un futuro en el que será inevitable la convivencia e intercambio intergeneracional, con mucha más facilidad que en épocas en las que los ciclos vitales eran secuenciales y consecutivos, aislando así a cada grupo de edad y delimitando qué actividades correspondían a cada edad.

Cuando coinciden grupo de edad y ciclo vital el aislamiento generacional es inevitable, pero si ya no sabemos dónde poner la frontera entre juventud, madurez, vejez, y los ciclos vitales ya no coinciden con las franjas de edad tradicionales, parece más fácil el intercambio, la mezcolanza y la colaboración intergeneracional.

Y así la inversión en aprendizaje que hasta hace unas décadas se realizaba en la primera etapa vital se alarga ahora a toda nuestra existencia y vivimos en un estado de permanente construcción y de proliferación de oportunidades de cambio y transformación personal cada vez mayores cuanto más larga es la vida. 


No debe preocuparnos el envejecimiento más que en lo que atañe a la conservación de una aceptable salud, y sí debe empezar a preocuparnos la longevidad, la planificación de este alargamiento de la madurez, de este regalo de años de vida, para conseguir que sean de aprendizaje, disfrute y vivencia de nuevas experiencias.

Esa larga etapa madura en la que emprender nuevos caminos con la serenidad y el conocimiento que da la experiencia supone también vivir períodos de transición de un proyecto a otro, de un oficio a otro, de un modelo vital a otro... etc., para los que debemos prepararnos. Nuestro modelo de aprendizaje social nos aboca a la consolidación de creencias y hábitos que nos constituyen como seres humanos con opinión formada, con creencias firmes con una visión del mundo que nos aporta seguridad. 

Sin embargo, ese mundo actual en permanente transformación requiere de posiciones mucho más flexibles y adaptables, requiere de poner en duda nuestras certezas, modificar continuamente nuestra identidad y asumir diferentes roles adecuados a cada nueva experiencia, a cada nuevo paso. Requiere de un gran esfuerzo de desaprendizaje  de rutinas y caminos conocidos, para adentrarnos sin miedo en la creación de un estilo de vida diferente que nos permita explorar nuevas alternativas vitales y de esa manera seguir creciendo, seguir aprendiendo.




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