Curiosidad, imaginación, memoria... aprendizaje


Hace años me gustaba inventar vidas a personas a las que veía por la calle, en el autobús, en un bar. Sus rasgos, su indumentaria, su acento, su lenguaje corporal me inspiraban una historia que no me interesaba contrastar con la realidad.

Más arriesgada era otra afición que practicaba con menos frecuencia: me gustaba escoger a una persona en la calle, en el metro, en una tienda y seguirla durante un par de horas. Durante la persecución recogía minuciosamente en una libreta las calles por las que pasábamos, los lugares en los que entraba y cada uno de sus actos, describía la ropa que vestía, sus rasgos y sus gestos.

Ambas aficiones se alimentaban mutuamente y trayectos reales siguiendo a alguien real, se convertían más tarde en relatos imaginarios construidos con fragmentos de verdad.

En más de una ocasión la realidad superó con creces mi capacidad de inventiva y hasta en alguna ocasión tuve que salir por piernas dado lo peligroso del momento.

Con el paso del tiempo descubres que eso que creía una afición particular, no es más que lo que nuestro cerebro hace continuamente: interpretar la realidad, completar en la imaginación, la información que no poseemos sobre un acontecimiento o una persona, hasta tal punto, que si dos personas son testigos de un determinado evento, cada una de ellas contará una historia diferente de lo que sucedió y en ambos casos, como en mi peculiar afición juvenil, mezclarán verdad e imaginación.

Desde hace tiempo está disminuyendo mi curiosidad por las vidas ajenas. Tengo que realizar verdaderos esfuerzos de voluntad para que me interese el relato de alguien. En contadas ocasiones seguiría a alguien por la calle porque ha despertado en mí el deseo de saber más sobre él, sigo mal el hilo de historias insustanciales.

Tal vez no tiene que ver sólo conmigo... Observo detenidamente a las personas que se sientan solas en la terraza del Zurich, (ese bar que parece especialmente pensado para observar la fauna que se encamina hacia Las Ramblas de Barcelona), ninguna de ellas, hoy por lo menos, mira a los demás, la mayoría observa atentamente la pantallita de su smartphone.

De la misma manera que parece que ya no miramos escaparates, ni monumentos, ni edificios singulares, sino que los fotografiamos incesantemente, pero no para conservar esas fotografías en álbumes de recuerdos y así revivir el viaje, la experiencia, sino para compartirlo con nuestro círculo de seguidores, amigos, contactos... online, ya que, de hecho, son fotos que no volveremos a contemplar. Ahí están, en la memoria de nuestro smartphone, que no en la nuestra... no volveremos a ellas como volvíamos a abrir esos álbumes en que se guardaban las fotos entre hojas de papel cebolla.

Despertar el interés: Recuerdo con una sonrisa en los labios las hormigas recorriendo mi estómago ante la expectativa de un suceso novedoso. Es la ilusión... que llena nuestra cabeza de historias futuribles sobre lo que acontecerá, imaginamos escenarios y actitudes, conversaciones y nuevos protagonistas que transformarán nuestro pequeño mundo.

Imaginamos las cosas antes de conocerlas y el conocimiento tiene que ver con hacernos preguntas continuamente, no porque esperemos respuestas, ni revelaciones, sino porque enunciar nuestras dudas hace que se dispare la espoleta de la curiosidad que es el motor del aprendizaje... Por qué, dónde, cuándo, cómo..., entreabrimos así la puerta  de la investigación, de la indagación que nos llevará a formularnos nuevas preguntas y así.. "ad infinitum".

La curiosidad nos encamina hacia el sendero de lo prohibido, lo oculto, lo peligroso y cuando nos dejamos invadir por el temor saltamos al vacío, porque cuando más miedo te da saltar..., es cuando saltas.


Imagen: Claroblog

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